Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1879-1880 (Cortes de 1879 a 1881)
Sesión: 6 de marzo de 1880
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 119, 2268-2270
Tema: Presentación de los proyectos de reforma de Cuba

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Sagasta tiene la palabra.

El Sr. SAGASTA: Estaba muy lejos de creer que [2268] tratándose de la cuestión de las Antillas, y proponiéndonos todos tratarla sin que en ella se mezclasen las cuestiones de partido, se haya suscitado, sin embargo, la cuestión de partido más grave que pudiera suscitarse en los actuales momentos.

Realmente no sé qué hacer; no sé si volver a la cuestión de que nos estábamos ocupando, y en la cual por cierto tenía alguna necesidad de hacer importantes rectificaciones, o si, ya que se ha cambiado el curso del debate, me queda otro recurso que tomarle tal como me le encuentro.

Estoy conforme con el Sr. Presidente del Consejo de Ministros en que no debe haber más que dos partidos, uno llamado conservador y otro llamado liberal; este último para iniciar las reformas, y el otro para quitar los inconvenientes que éstas pudieran tener: esto es lo que constituye la marcha ordenada y regular del sistema representativo. En lo que no estoy conforme con el Sr. Cánovas del Castillo es en creer que los principios del partido opuesto a aquel en que se milita sean falsos. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros pide la palabra.) Yo creo que los principios del partido conservador no son falsos, sino que son verdaderos, y que en ciertos períodos de la historia son los únicos convenientemente aplicables; como creo que los principios del partido liberal son también exactos y son buenos, y son en otros períodos irreemplazables.

Resulta de esta diferencia de apreciación, que yo que creo que los principios del partido conservador pueden ser en ocasiones irreemplazables y mejores que los del partido liberal, creo también que hay momentos en la historia de los pueblos en que esos principios del partido conservador son los que deben aplicarse a la gobernación del Estado; y como creo esto, si yo fuera poder, aun perteneciendo al partido liberal, el día que creyera que era más conveniente que gobernase el partido conservador, aconsejaría al Monarca que llamara al partido conservador. Y eso no es que lo diga ahora, sino que lo he practicado. Siendo Gobierno, en una época en que mi partido era el más conservador, y en que creía que sus principios, dado el sistema de gobierno que había en España, y dadas las circunstancias del país, eran los mejores para gobernar, llegó un momento en que creí más conveniente la aplicación de principios más liberales, y aconsejé que el partido liberal reemplazara en el gobierno al partido conservador; mientras que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, dado su criterio, no encontrará nunca ocasión oportuna para que los principios del partido liberal se practiquen en las esferas del poder; y de aquí resulta, que sin advertirlo S. S. ha venido a parar al partido único, y como consecuencia, que S. S. necesita un lugarteniente, papel que quiso dar S. S. al señor Alonso Martínez, quien por lo visto no quiso admitirlo, sin duda porque adivinó el porvenir de sus lugartenientes, a los cuales ha preparado siempre un fin desastroso. Ya se ve: con esas ideas de que sus principios son los únicos exactos, buenos, verdaderos, y que los demás son falsos, S. S. debe desear constantemente el poder, no para S. S., porque sería insoportable ejercitarlo siempre, sino para sus principios, aplicados por sus amigos; y de ahí que S. S. busque muchos que le ayuden. Si no fuera por lo avanzado de la hora, algo podría decir acerca de esto, y creo que al fin habría de convenir conmigo el Sr. Presidente del Consejo de Ministros.

Respecto del partido liberal de la izquierda he de decir muy pocas palabras. El partido constitucional, que era ya tal partido antes del advenimiento de Don Alfonso, que había pasado sus vicisitudes, que había estado en el poder y en la oposición, en el poder, en la oposición, en todas partes había mantenido su bandera y sus principios. Vino la Restauración, y el partido constitucional la aceptó, pero conservando sus principios; y como es un partido que ya tiene historia en la adversidad y en el poder, y se ha purificado en la desgracia, y se le hace justicia hasta por sus mismos adversarios, como se la ha hecho esta tarde el Sr. Cánovas del Castillo; como es un partido que tiene estado mayor, y organización, y principios, de los cuales no quiere prescindir por nada ni por nadie, está dispuesto naturalmente a continuar en la oposición y a ejercer el poder con todos aquellos elementos que de buena fe vengan a aceptar esos principios. En este sentido no sólo no es obstáculo a la formación de lo que se llama izquierda dinástica, sino que de hecho es ya la izquierda dinástica, y lo que quiere es aumentar sus filas, porque desgraciados los partidos que no deseen aumentarlas, y desgraciados los hombres a quienes los demás estorban: a nosotros no nos estorba nadie; al contrario, agradecemos con el corazón el apoyo que se nos quiera prestar. En este sentido, pues, claro está que mantenemos con mucho gusto la declaración que nuestro amigo el Sr. González hizo en su día en nombre del partido constitucional; se hizo entonces aquella declaración, que se acepta y se mantiene hoy.

Y dichas estas palabras, y sintiendo mucho molestar la atención de los Sres. Diputados, bueno es que volvamos un poco sobre la materia que hemos dejado atrás.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros encontró extraña mi teoría de querer disminuir el presupuesto de gastos de la isla de Cuba, suponiendo que no tiene nada de particular el aumento que había adquirido, puesto que esa misma proporción había tenido el presupuesto de la Península. No, Sr. Presidente del Consejo de Ministros; no vayamos a lo que sucedía en la época del poder absoluto; entonces no había presupuesto, realmente no se sabía lo que se gastaba: sucedía en tiempos del Rey absoluto lo que sucede ahora en Cuba con régimen representativo y con el Gobierno de S. S. Vengamos a tomar la misma época para Cuba que para la Península. En 1854 el presupuesto de Cuba era de 218 millones; el presupuesto actual importa más de 800 millones, es decir, cuatro veces más. En 1854 el presupuesto de la Península era de unos 1.500 millones; el presupuesto actual es de 3.000 millones; diferencia, el doble. Es decir que mientras el presupuesto de la Península se ha duplicado, el presupuesto de la isla de Cuba se ha cuadriplicado, y no veo ninguna razón para eso.

Pero decía el Sr. Presidente del Consejo de Ministros: " Es que no debe extrañar eso al Sr. Sagasta, ni al partido constitucional, porque el Sr. Sagasta en momentos apurados no tuvo inconveniente en aumentar el presupuesto de la Península. " Es verdad; y más hubiéramos hecho si hubiera sido necesario; pero lo que nosotros aumentamos en el presupuesto de la Península fue para atenciones de la guerra; lo que hay es que a los Gobiernos que nos han sucedido les ha parecido muy bien aquello y lo han conservado en tiempos de paz; pero nosotros lo impusimos para cubrir gastos extraordinarios de guerra. Es de advertir que yo no me he ocupado más que del presupuesto ordinario, normal, [2269] permanente de la isla de Cuba, y además de ese presupuesto hay otro para los gastos de la guerra, del cual no he querido decir una palabra, porque lo que pidáis para eso, todo os lo concedemos: he hablado sólo del presupuesto normal, del que queréis que hoy rija, del presupuesto permanente; y como normalidad, me parece excesivo un presupuesto de más de 800 millones para administrar la isla de Cuba.

Señores, yo siento mucho el incidente del parte telegráfico; no por el partido constitucional, porque en último resultado, ni al partido constitucional ni a mí afecta en nada ese telegrama; lo siento por la intención que revela el traerlo preparado. ¿Acaso soy yo un hombre atrabiliario que suscite cierto género de cuestiones al Gobierno, y que al discutir sus casos aplique el escalpelo de la crítica allí donde se puede hacer más daño, no ya a los hombres políticos, sino hasta a los particulares? ¿Soy acaso un adversario de estas condiciones? Pues sin embargo, cuando ni siquiera tenía pedida la palabra, ni tenía resuelto hablar, porque si para algunos la elocuencia del silencio es fecunda y provechosa, a mí, ni aún por vía de ensayo, y por poco tiempo, me ha sido dado adoptarla, aunque en ella seguramente hubiera brillado más que en los demás géneros; cuando no quería hablar, repito; cuando tan sólo por cortesía hacia mis compañeros accedí a hacerlo; cuando decía a todo el mundo que no me iba a ocupar más que de dar contestación explícita al señor Labra, y decir algo que creían necesario algunos otros Sres. Diputados por Cuba; cuando todo esto acaecía, el Sr. Ministro de Ultramar estaba preparando al Sr. Presidente del Consejo de Ministros cierta clase de armas. Pero ¡qué armas! Las que consistían en recordar inmoralidades de otros tiempos.

Esto, Sres. Diputados, no hace daño a nadie más que al Gobierno, porque cualquiera diría que el Gobierno no se sentía tan rodeado de la inmoralidad, que no podía suponer que se le fuera a combatir más que en ese terreno.

Yo hago justicia al Sr. Presidente del Consejo de Ministros, y estoy seguro de que si hubiera conocido el texto del telegrama, no le hubiera leído. Aparte de que en la lectura de ese documento hay una grandísima inconveniencia, inconveniencia que no dará motivo, porque nunca hay motivo para ciertas cosas, pero quizá dará pretexto para ellas, tratándose de una cosa que, debida a la iniciativa de un Sr. Diputado, podría parecer más o menos conveniente; pero cuando un hecho de esa naturaleza sale nada menos que de la Presidencia del Consejo de Ministros, tiene muchísima gravedad e inmensa resonancia. Todos observamos que su señoría, al leer el parte, sufrió diversas impresiones, y a medida que avanzaba en su lectura, comprendió la gravedad de lo que hacía y quiso enmendarlo, pero lo echó a perder. Su señoría me recordó aquel niño que escribiendo una plana y haciendo mal una letra, para que el maestro no lo notara, sólo se le ocurrió derramar el tintero sobre ella. (Risas.)

Su señoría, al empezar a leer, viendo que el borrón caía sobre la isla de Cuba, y no pareciéndole bien lo que hacía, para que no se notase el borrón de Cuba, echó el tintero sobre toda la América. (Risas.) ¡Y en qué momento, Sres. Diputados! ¡Cuándo más confianza necesitamos inspirar para poder llevar a cabo los planes que aquí se están discutiendo! ¡Ah, señores! No quiero continuar, porque es tarde y este asunto me llevaría muy lejos; no quiero continuar en este terreno; pero antes de terminar voy a decir una cosa al señor Presidente del Consejo de Ministros. Con lo sucedido ayer y con otra porción de actos que ha venido practicando este Gobierno, no inspira, créame el señor Presidente del Consejo de Ministros, no inspira confianza ninguna en Ultramar, y por lo tanto, las reformas que proyecta serán allí mal recibidas. No hablo de la confianza que inspira aquí, porque es igual a la que inspira en Cuba; pero allí es más evidente, y por lo tanto más peligrosa, la desconfianza, pues precisamente la cuestión más importante de la política española está en Cuba.

Creo por esta razón que es inconveniente y altamente perjudicial la continuación de S. S. en ese banco. (Bien, en la izquierda.)



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